Desde la defensa ante las invasiones inglesas hasta nuestros actos escolares, la escarapela está firmemente instalada como parte de nuestra vida ciudadana. Su sentido originario fue expresar la pertenencia a la identidad nacional argentina, sobre todo durante jornadas conmemorativas, pero hemos extendido su uso a otras situaciones que consideramos cruciales para marcar fijar esta pertenencia.

El tiempo y las transformaciones de lo público y de las comunicaciones, hacen que hoy no sólo las prendamos de nuestra ropa, también complementamos ese uso con formas virtuales que renuevan su vigencia como distintivo. Hoy, en plena cuarentena, esa relación con la escarapela es puesta a prueba nuevamente.

Más allá de las mitificaciones historiográficas -muy usuales en estos casos- la escarapela no sólo es un símbolo de nuestra identidad nacional argentina, también es un distintivo de nuestras convicciones políticas, de cómo presentamos nuestras identidades y filiaciones más sentidas, no sólo en sentido “nacional”. Valoriza la palabra “política”, tan demonizada voluntariamente por algunos interlocutores.

La escarapela nos pone, en primera instancia, como sujetos políticos, con plena conciencia de lo que somos y haciéndonos cargo públicamente de las cosas en las que creemos con firmeza.

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