Este año se cumplen 250 años del nacimiento de Manuel Belgrano y 200 de su fallecimiento, por eso el Gobierno Nacional decretó que este fuese un año para homenajearlo, recordando su vida, compromiso y acciones públicas. Belgrano participó desde muy joven en la actividad pública del flamante virreinato, profundizando su compromiso en tanto la historia se iba acelerando en el Río de la Plata. Participó en la defensa ante las invasiones inglesas, integró la Primera Junta y, a partir de 1810 hasta su fallecimiento, fue una figura clave tanto en la arena política como en la escena militar.

Esta participación tuvo como características personales la pasión y el desinterés económico. Es sabido que la muerte lo encontró en una situación de visible pobreza -debió pagarle al médico que lo atendió con algunos de los objetos personales con  los que aún contaba-, como también recordamos cuando destina un reconocimiento monetario de la Asamblea del Año XIII por su desempeño público “para la dotación de cuatro escuelas públicas de primeras letras”, porque entendía que “nada hay más despreciable para el hombre de bien, para el verdadero patriota que merece la confianza de sus conciudadanos en el manejo de los negocios públicos que el dinero o las riquezas (…)”.

Es un contexto especial, pero festejamos nuestra bandera con la misma o más pasión que durante todas estas décadas. Como todo símbolo, esta bandera también intenta ser usada por quienes saquean y torturan a nuestro país. Pero debemos dejar en claro, nuevamente, que la bandera es la bandera del pueblo, de la libertad y de la independencia, que nos une en contra del sometimiento, en contra de las desigualdades y de las injusticias. Para nosotros, como para Belgrano, “bandera” es “Escuela”, es lo público, es pueblo.

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