Hace 17 años, una movilización popular era reprimida por las fuerzas de seguridad, decenas de personas eran heridas y dos pibes de poco más de 20 años eran asesinados.

 

Partes de la prensa, el poder político y las fuerzas de seguridad jugaron de memoria para encubrir el crimen y tergiversar una verdad inaceptable: que el Estado seguía matando a quienes pedían pan y trabajo.

 

Maxi y Darío eran jóvenes, trabajadores y militantes, tres características que el poder ha intentado demonizar desde siempre, para matar y reprimir mejor. Los dos –junto a decenas de pibas y pibes– apostaban a la política como una práctica colectiva y liberadora, enfrentando todas las tormentas que padece el pueblo argentino.

 

La fuerza de la gente reconstruyó los hechos tal y como fueron, salvando la verdad de tanta basura coordinada.

 

A 17 años de esos asesinatos, no sólo los extrañamos a ellos dos, sino que padecemos la persistencia de esas políticas represivas, que siguen persiguiendo, matando, torturando y encubriendo para que el ajuste venza al pueblo.

 

Maxi y Darío viven en nuestra memoria, como Teresa Rodríguez, Carlos Fuentealba o Santiago Maldonado, y luchan en la calle con todos nosotros.

 

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