Allende accedió a la presidencia tras tres derrotas electorales. Durante su primer año como presidente el PBI de Chile creció un 8%, su gobierno impulsó la nacionalización del cobre, profundizó la reforma agraria (intervino sobre el latifundio expropiando y redistribuyendo 10 millones de hectáreas), fortaleció el carácter público y gratuito del sistema educativo (la matrícula universitaria casi se duplicó durante su gobierno), desarrolló políticas públicas específicas como la de “Suplementos Alimenticios” para atacar las desigualdades estructurales que padecía Chile en aquel momento.

Tras el triunfo, Allende se dirigió esa misma noche al pueblo chileno a través de lo que se ha llamado “El discurso de la victoria”. En él da clara y sincera cuenta de sus sentimientos, como también de su compromiso político. Lo hace emocionado, sin teleprompter ni coach que medie entre él y su gente: “Yo les pido a ustedes que comprendan que soy tan sólo un hombre, con todas las flaquezas y debilidades que tiene un hombre, y si pude soportar -porque cumplía una tarea- la derrota de ayer, hoy sin soberbia y sin espíritu de venganza, acepto este triunfo que nada tiene de personal y que se lo debo a la unidad de los partidos populares, a las fuerzas sociales que han estado junto a nosotros. Se lo debo al hombre anónimo y sacrificado de la patria, se lo debo a la humilde mujer de nuestra tierra. Le debo este triunfo al pueblo de Chile, que entrará conmigo a La Moneda el 4 de noviembre”.

A Salvador Allende no le perdonaron el compromiso con su pueblo, el compromiso de encabezar uno de los proyectos que desafiaban frontalmente en los años 70 a los poderes de turno desde una experiencia que se presentaba como una vía electoral al socialismo.

Allende cerró ese primer discurso como presidente electo diciendo "A la lealtad de ustedes, responderé con la lealtad de un gobernante del pueblo; con la lealtad del Compañero Presidente". Allende fue leal y cumplió.

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