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Acerca de los acuerdos escolares de convivencia

Compartimos una reflexión sobre los Acuerdos Escolares de Convivencia escrita y enviada a “La Lucha en la Calle” por Candela Cavallaro, docente y afiliada a AGMER del Departamento Federación. El texto repasa algunas de las cuestiones que atraviesan actualmente la problemática de estos Acuerdos y que integran los debates en el seno nuestro sindicato.

 

Comienza el ciclo lectivo y junto con ello, miles de demandas. Entre horarios y locuras docentes, paritarias y pobreza, llega la invitación a que las escuelas “revisen” y “debatan” el acuerdo escolar de convivencia. Entonces abrimos el cajón y volvemos a leer lo “construído” el año anterior para mejorar, sumar, repensar, dialogar de manera democrática y lograr una instancia de apertura de la institución escuela.

 

Bellas palabras escribo en el párrafo anterior y me atrevo a decir que muy pocas instituciones se impulsan a la aventura de abrir el debate; se teje de manera invisible y tras las puertas realizar lo demandado sin hacer demasiado ruido.

 

Hablar y cuestionar lo justo y necesario para no renovar demasiado, para no construir lo suficiente y por sobre todas las cosas para que no se “arme” lío.

 

Pareciera que darle voz a los pibes es un viaje sin retorno y que nos llena de miedo, entonces, es más fácil armar consignas que estructuren ese único espacio de apertura que nos damos para “repensarnos en la convivencia”.

 

Esto visibiliza y pone de manifiesto cómo la escuela, en realidad, sigue sosteniendo estructuras que ni siquiera están establecidas desde las leyes que norman nuestro sistema educativo sino que se construyen a partir de pensamientos individuales, subjetivos y que se imponen en las oficinas, en los pasillos y en las aulas.

 

Y los pibes nos vuelvan a cuestionar!; ellos desean entrar a la escuela con su identidad intacta y no dejarla en la puerta, nos piden poder usar piercing, tatuajes, pelo suelto, de colores… tomar mate, nos piden permiso para “ser”. Y la escuela no tiene otra respuesta que la resistencia.

 

La misma resistencia que fomenta la disciplina de los cuerpos, la misma que sostiene prejuicios e impone el “deber ser”. La misma, que tiene como consecuencia el abandono, la repitencia, y la discriminación.

 

La misma que le cierra las puertas a los cuerpos e identidades disidentes justamente por no adaptarse a la norma, a la heteronorma, al binarismo obsoleto, a la violencia institucional.

 

Los pibes nos interpelan, nos dicen lo que piensan sabiendo que en la mayoría de los casos sus aportes no serán escuchados.

 

Entonces estamos lejos de construir convivencia cuando no toleramos vivir con las nuevas subjetividades, las nuevas identidades y los nuevos cuerpos. Sino que nos proponemos disciplinarlos, entendiendo que ése es el rol de la escuela.

 

Seguramente muchos se quedaron con el librito de Don Faustino, intentando esconder detrás de un uniforme las desigualdades reales; intentando convencernos de que quien se educa debe también construir un cuerpo que no visibilice la barbarie y que sí represente la civilización.

 

Está de manifiesto que los cuerpos también son espacios políticos, que cada uno de nosotros intervenimos nuestros cuerpos, los adornamos, los habitamos de la manera que nos plazca porque son nuestro territorio y que éste nada tiene que ver con la posibilidad de ser educado o si, pero en su defecto eduquemos y acompañemos a nuestros estudiantes a habitar sus cuerpos de manera amorosa, a cuidarlo y construir salud y no a censurar e imponer cómo deberían ser.

 

Poco nos debería importar si un pibe lleva o no lleva un aro cuando en realidad muchas veces va sin comer o no tiene para comprarse el uniforme, y menos aún para pagar un remis que lo lleve a la escuela el día de lluvia.

 

El problema, que se convierte en conflicto es la poca capacidad de mediar entre estas adolescencias que nos vienen a golpear la ventana y las resistencias y obsolescencias que aún pasean por la escuela. El prejuicio está a la orden del día, y nadie queda fuera de ser cuestionado por “ser” en la escuela.

 

También estamos lejos de comprender que la crisis que se vive a diario también llega a la escuela y a la casa y a la vida de cada uno de nuestros pibes. Y sigo sin entender cómo hay docentes que siguen armando lista de útiles exigiendo marcas. Cuando sabemos que podemos educar y dar clases con lo que se tiene.

 

Estos acuerdos terminan siendo justo lo que no queremos, se convierten en  “códigos de convivencia”como en el pasado; vuelven a ser normas que disciplinen y tengan más prohibiciones que aportes para mejorar la convivencia.

 

“Está prohibido”, “no se puede”, “se sancionará” son las frases que inauguran cada postulado de los acuerdos que adornan los cuadernos de comunicaciones; y con estos aportes no intento rebelarme ante las normas que necesitamos para convivir sino que intento pensar cómo se podría construir una escuela realmente democrática, que acepte la diversidad, que fomente la igualdad y que no genere violencia.

 

Si seguimos pensando en una escuela aislada del mundo, le seguimos pifiando, vamos por el camino equivocado. Como diría Gustavo Varela en el prólogo del libro de  Marcela Martínez “Como vivir juntos” la pregunta de la escuela contemporánea, “la escuela no queda al margen de una experiencia colectiva signada por la emergencia de un nuevo modo de habitar el mundo. Realidad y escuela reunidas: lo cotidiano ingresa al aula sin permiso, se impone, y desata un torrente de incertidumbre inesperado. ¿Qué hacer? ¿Cómo educar a alumnos inquietos? ¿Cómo conquistar el tiempo acompasado que requiere la enseñanza en un mundo impaciente? … ¿Cómo vivir juntos en la escuela,cómo componer lo común si lo que se manifiesta en el aula es la distancia y el alejamiento entre docentes y alumnos?, éstas preguntas nos vuelven a hacer pensar en las resistencias y en el deseo; porque nadie quiere ir a un lugar donde no es bienvenido y donde no puede “ser” o mostrar su “identidad”; entonces estamos lejos de poder llegar a acuerdos y más aún de “convivir” cuando las puertas se cierran cada vez que un pibe o un docente  se sale de la supuesta “norma”.

 

Prof. Candela Cavallaro González 

Docente. Profesora de Historia

Militante feminista.

 

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