Hoy se conmemora una de las jornadas más oscuras de nuestra historia reciente, emblemática del autoritarismo y del odio antipopular de ciertos sectores. 

 

Sectores de las Fuerzas Armadas –en coordinación con civiles y eclesiásticos– organizaron un conjunto de acciones que incluían el asesinato del presidente y de los miembros de su gabinete, junto a ataques dirigidos a la población civil. Tal es así que, de las y los centenares de víctimas, sólo 12 de ellas estaban en la Casa Rosada. 

 

Los pilotos que participaron lanzaron más de 100 bombas sobre quienes estaban en la Plaza y en sus alrededores, casi 14 toneladas de explosivos en una hora pico, desde el mediodía hasta la tarde de ese día jueves. Tras los primeros bombardeos, las y los trabajadores organizados sindicalmente se concentraron para repudiar el ataque. Ante esta presencia, los mismos aviones volvieron para atacar la convocatoria. Ya fracasado el golpe, los aviones huyeron cobardemente hacia Uruguay cerrando así un nefasto bautismo de fuego: aviones de la Fuerzas argentinas debutan atacando a nuestra propia población. 

 

La jornada se cerró dejando un sangriento saldo, pero el Golpe insistió e instaló este terror durante décadas en la Argentina. No fue de ninguna manera un hecho aislado o la acción de “delirantes sueltos” constituyó un momento, una forma, que el autoritarismo fascista asumió en ese instante de nuestra historia. 

 

Recordar esta fecha es un ejercicio que corresponde, siempre. Estar atentos al cuidado de nuestra democracia también lo es. Las conquistas que, como trabajadores y trabajadoras, hemos logrado, también se sustentan en la memoria constante de los hechos que las han puesto en peligro.

 

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