Este año fue atípico para todas las variables sociales, hablemos de economía, educación, comercio, demografía, salud. Incluso para la violencia, dadas las particularidades consecuencias de la cuarentena como política de emergencia ante la pandemia. Todo fue modificado por 2020 salvo, muy lamentablemente, el peso de la violencia de género sobre nuestra sociedad. Es más, algunos indicadores se profundizaron a contramano de lo que ocurrió con el resto de las variables sociales: para matarnos y violentarnos no hubo cuarentena.

Los femicidios fueron el único delito que no bajó en sus estadísticas. El observatorio de violencia de género “Ahora Que Sí Nos Ven” registró hasta el 20 de noviembre 265 femicidios durante el año, 184 ocurrieron durante el período de pandemia. El 63,8% fueron cometidos por la pareja o expareja de la víctima y, en el 64,5% de las veces sucedieron dentro de la vivienda de la mujer asesinada por razones de género. A pesar de lo delicado que son las estadísticas -la naturaleza del delito oculta, desdibuja o disfraza los casos- y de que los femicidios son una expresión -la más terrible- de la violencia de género, este panorama sigue siendo alarmante y su resolución es cada vez más urgente.

Que hoy la igualdad de género esté en la agenda pública, que los delitos contra las mujeres sean más visibles, que hayamos desenmascarado cómplices, eufemismos y corporaciones patriarcales es pura y exclusivamente fruto de la lucha incansable del colectivo feminista.

El horizonte de lucha se complejiza y se vuelve más exigente, justamente porque ahora estamos juntas, porque ahora sí nos ven. Hagamos caer al patriarcado que mató a las hermanas Mirabal, que resiste demonizando al movimiento feminista y que mató durante 2020 como si nada hubiera cambiado.

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