El 11 de septiembre de 1973, el golpe comandado por el dictador Augusto Pinochet derrocaba y asesinaba al presidente constitucional de Chile, Salvador Allende. Golpe que bombardeó y secuestró impunemente a chilenas y chilenos en todo el territorio, con armas pagadas por las y los ciudadanos.

 

Esa dictadura no sólo implantó el terror entre la ciudadanía, saqueó sus recursos y se perpetuó hasta 1990; sino que además sirvió de experimento para intervenciones que luego se aplicarían en distintos puntos de América Latina; desde técnicas de tortura hasta planes económicos, desde políticas educativas hasta endeudamiento externo.

 

La herencia de aquellas dictaduras aún está presente… algunas cosas son muy pesadas. Pero, como pueblo, respondemos con fuerza y tesón ante cada nuevo intento por reimplantarlas. Así ha sido desde entonces y así seguirá siendo.

 

Poco antes de ser asesinado, Salvador Allende se dirigió al pueblo chileno para despedirse. Estaba sitiado por los golpistas, que además bombardeaban la casa de gobierno como si fuesen dueños de los aviones del Estado. Allende dijo lo que había que decir e hizo lo que había que hacer, se despidió con palabras que hoy resuenan y seguirán resonando en nuestros puños y corazones:

 

“¡Viva Chile! ¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajadores! Estas son mis últimas palabras y tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano. Tengo la certeza de que, por lo menos, será una lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición”.

 

Hoy, como siempre y más que nunca, decimos bien fuerte para que nadie pueda hacerse el distraído: dictaduras en Latinoamérica ¡NUNCA MÁS!

 

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